lunes, 12 de marzo de 2012

Como destino, la poeta recuerda sus orígenes

Por Bernardo Ruiz

Ataúd de arena de Norma Bazúa

Buenas tardes a todos.

Agradezco, a Adriana Tafoya y a Andrés Cisneros su amable invitación para comentar Ataúd de arena, poemario póstumo de Norma Bazúa, quien nos dejó en abril del año pasado.

Norma y yo nos conocimos en El juglar en una lectura de poesía, en el alba de los ochenta, y desde entonces construimos una amistad ciertamente interesada, porque ella tejía magníficamente no sólo versos, y a ella le gustaba, me confesó, mi amigo Rubén Bonifaz Nuño, porque consideraba que no tenía malos bigotes, vestía con elegancia y, finalmente, lo consideraba un poeta ejemplar. Asimismo, descubrimos que su hijo y mi mujer estudiaron juntos en la Facultad de Ciencias de la UNAM, y otros detalles que construyeron nuestra amistad.

Puntualmente, Norma me hacía llegar sus libros y nos encontrábamos en casa de los amigos. La última vez, hará un año, conversamos en la Fundación René Avilés Fabila. Entonces me regaló su libro de poemas Aprender la muerte, cuyo título me pareció una provocación de parte de una mujer cuya temática se caracteriza por su pasión y grandes destellos luminosos. Lo leí en su brevedad, con una sensación incómoda, como un escalofrío.

Cuando los diarios anunciaron su muerte, comentaron respecto a sus trabajos pendientes: aquellos libros que trabajaba durante sus últimos días. Difícilmente verán la luz, me dije. A quienes estamos en el medio sabemos que cuesta más muchas veces ver publicado un poemario que trabajarlo y pulirlo por años. Por ello me alegró sobremanera que VersoDestierro publique ahora Ataúd de arena.

Este breve volumen está construido a partir de la carne propia de la escritora, de sus más profundas sensaciones y recuerdos en torno a la figura de su madre, doña Rosalva Alicia Fitch Martínez de Castro y Guardado. Lo estructura un breve prólogo que hace una referencia tangencial a la novela de Julieta Campos, Muerte por agua, y un contrapunto al El cementerio marino de Paul Valéry. La tumba de esta mujer, el marco del poema es un desierto, porque en efecto la muerte no es sino un desierto, un desierto de los otros.

A partir de la introducción se entreveran 27 poemas donde la biografía de la poeta y los momentos últimos de su madre son égloga y lamento. Cada poema se refiere a una circunstancia que parte de una muerte silenciosa, sin sentido, como la caída de una piedra al pozo, a la que hay que vencer a fuerza de palabras: la evocación, el recuerdo que se hace vida.

Hay una constante necesidad de rebelarse a lo largo de la vida ante los contrastes de una naturaleza que no nos corresponde, donde no se vence ante todas las batallas que se libran a lo largo de la existencia. Y a la vez, una puntual enumeración de amores e imágenes que dan significado a la constante lucha librada en la cotidianidad. Detalles y percepciones sensibles que son puerta a reflexiones íntimas. Me gusta, por ejemplo, este cuarteto:

Cuando dispuesta a los adioses mi alma se desprenda

no me pongan nardos entre las manos

despabílenme antes de darme una rosa

para atar su fino olor al último olfato

Estas percepciones son recurrentes en el poemario: Norma Bazúa establece que flor y canto son una distinta versión de la belleza recuperable del mundo, y al construir su despedida y geografía del alma nos transmite una poética como parte de su biografía en una propuesta sutil de ventana para su alma.

Uno de los mayores atractivos de la poesía de Norma me ha parecido siempre su capacidad para partir de un solo objeto o de una sola imagen para la construcción del poema. Cada verso se convierte en una nueva definición o en asedio de la idea, percepción u objeto que el poema interroga para descubrir los secretos de su cifra.

Así, digamos, si ella escribe “La piedra hiere el agua del charco”, establece el silogismo donde nos descubrirá en notoria percepción todos los secretos de una onda que nace en la breve superficie del agua, su acontecer, su efecto; si bien, en realidad nos define su imagen de la vida.

O, bien, en este

12

Esos tiempos no envejecieron

corren aún por la infancia . . .

Cuando ansían ternura

desbordan brazos que todo abrazaban

Si se subvierte el orden ya establecido

recuerdan la llovizna de alusiones enérgicas

en un consejo que contenía todas las consejas:

sutiles para “una lección educativa”

Mientras la sabiduría esperaba futuros

y ocupaba un puñito cerrado

para guardar bajo seguro lo ya aprendido:

De la vida eterna y del amor eterno

Que cabían en la dulzura de una lágrima.

poema donde recuerda que el pasado es destino. Que el inicial conocimiento es marca para la vida.

En este esquema, Norma Bazúa es una poeta puntual, obsesiva, amante de la precisión a partir de la cual ella descubre cada entraña del mundo en su desglose.

Ciertamente habrá otras maneras, cada una de ellas válidas, para aproximarse al corazón de la poesía de Norma, desde sus combinaciones formales, o sus capacidades rítmicas; sin embargo, considero útil este método para un acercamiento directo a la visión de la poeta para, a partir de ello, poder hacer el inventario del universo que ella vio y nos deja en heredad. Espero que por ello que cada lectura posible de Ataúd de arena sea para sus lectores un ascenso suave a la alta torre del asombro que es la obra de Norma Bazúa, donde aprendemos del corazón y la vida y contemplamos, al fin del horizonte el esplendor glorioso de la oscuridad.

Muchas gracias

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