lunes, 29 de noviembre de 2010

Reflexiones sobre la obra de Norma Bazúa.


Por Enrique González Rojo.

Norma Bazúa y yo pertenecemos a la misma generación: nacimos el mismo año. Trabamos amistad en la época de los cincuenta y nos sentimos hermanado por idénticas y análogas inquietudes políticos sociales a la emergencia de la revolución cubana y de sus repercusiones en nuestro país, y al surgimiento de los movimientos ferrocarrilero, magisterial, estudiantil, que estallaron al finalizar el régimen de Ruíz Cortines e iniciarse el del López Mateos. Desde aquella época hasta la actual hemos sido amigos sin devanencia ni titubeos. En el curso de estos años fui conociendo su quehacer poético su primer libro De ser amor y muerte, data de 1962, y poco a poco me fui convirtiendo en un lector entusiasta de su producción, y, para decirles sin ambages, en un admirador puntual de su apabullante talento lírico.

Quiero hacer notar, sin embargo, que, al comprometerme a intervenir en esta presentación, decidí, por método, desentenderme de la amistad y el aprecio personal que guardo con nuestra poeta. Pensé, por así decirlo, que había que poner entre paréntesis a Norma Bazúa y evitar todo prejuicio que, para bien o para mal, puede emanar de tales o cuales libros con los anteojos de lo preconcebido. Voy a supone, me dije, que no conozco a Norma y que no sé nada de ella. Volveré los ojos, me insistí, a los valores, cualidades, caracteres de su poesía en cuanto tal, en el entendido de que la objetivación creativa dota al producto de una autonomía relativa indudable. Después de tomar la decisión mencionada, en los últimos días me di a la lectura o a la relectura de nueve libros de poemas de Norma – de los cuales dos permanecen inéditos: Espejo de solsticios, y Varo entre remedios caseros.

En el contacto reciente que he tenido con la obra poética de Norma Bazúa, y con los misterios escriturales que supone, me he dado de después a boca con algo que ya sabía y con algo inesperado y sorprendente. Lo que ya sabía es que los libros de Norma, como naos de China, navegan, atiborrados de belleza, por las hojas de papel en busca del buen puerto de una lectura. Esto ya me lo sabía. Simplemente lo corroboré. Alguien dice: “El corazón se ahoga dentro del puño cuando morder es más apremiante que besar con ternura” que grita: “Traigo el alma de punta en blanco”; que se entusiasma: “Quien sabe, palabra, a lo mejor me alcanzas para cambiarlo todo” (En Momentos, 1986). O que le pregunta a la mañana “¿Si dejando abierta la ventana, se colarán los ángeles dispersos a llenarnos la casa?”, alguien que apunta: “En la noche sólo un zarpazo de agua te arrasa los ojos” que se desgarra: “Deseo. Pongo mi mano por testigo sobre la Biblia de tu cuerpo”, o que en fin, confiesa: “Desde entonces fui siempre diferente: hasta para dormir me hacía una bola de sueño”. (En Como dibujando las distancias, 1986). Alguien que dice, que canta, que grita lo anterior, es un ente privilegiado que se tutea con los dioses y que, nuevo Prometeo, pero en versión moderna, mexicana, femenina, sabe hurtar de las cajas fuertes del Olimpo, el fuego de la belleza.

Pero la lectura y relectura de los textos de Norma, me han traído algo más. Me han enfrentado a una escritora que se arroja literalmente a sus criaturas, que se cambia de habitación, que se traduce a sí misma al lenguaje en reposo o en torbellino de la letra impresa. Una autora, digámoslo así, con capacidad de aletear hasta el desdoblamiento. Es verdad que es posible decir mundo sin belleza o decir belleza sin mundo; pero nuestra Norma enhebra una cosa con otra y nos da su vida, su amor, sus muertes y también espacio y el tiempo que la rodean, y el universomundo en el que grita hasta desgañitarse, con una pluma o una máquina de escribir doctorada en todos los “heroísmos en conjunción” que hacen el estro armónico de la gran poesía. No basta entonces crear fulguraciones lingüísticas” donde caben listones de colores para trenzar metáforas / soltarles el pelo a las parábolas,” como dice Norma en Boceto para un palabrario de 1989, sino que se precisa ser consciente de que la palabra “es oficio de lengua desde la sangre”.

Todo aparece en la poesía lírica de Norma; en una poesía lírica que cuando nos descuidamos le pisa los talones a la poesía épica. En ocasiones, es cierto, irrumpe la niñez y la casa solariega y la cocina incrustada en la nostalgia: “los pescados de oro en la manteca hirviente, crujían su añoranza por el mar”, nos dice Norma. Amor, tristeza, depresión, tienen un lugar de privilegio en cada poesía, y es que a veces, “nos sentamos a inventar el olvido”, en A manera de Pre-texto el mar; o a “manuscribir el sueño”, en Espejo de Solsticios; o a “puntuar ausencias con puntos suspensivos”, en Boceto para un Palabrario. Pero encender las sienes y subir el volumen del sentimiento tiene elevado costo, ya que “recordar / a veces es meterse en el miedo” (Boceto para un Palabrario)

En la poesía de Norma, entonces, no sólo hace acto de presencia o nos estalla en las manos una vida personal, única e intransferible, con todas las fantasías y la mitología que ello supone (y que lleva a confesar a nuestra poeta, en su libro Varo entre remedios Caseros: “yo tuve un castillo / transportable / con ruedas”) sino que también aparecen una concepción del mundo y del devenir humano (“Quise ser vigía permanente de la historia”, nos dice en el mismo libro), una insoslayable y evidente inquietud metafísica (“al Final llevas la batuta / quedas sin oyentes para el concierto con Dios, apunta en Boceto para un Palabrario) y una, que me gustaría llamar, filosofía de la esperanza (Algo da la certeza / que caerá sobre nosotros / la palabra precisa / la que edifica futuros”, escribe en el mismo volumen).

Hasta aquí he citado fragmentos. Pero Norma Domina la arquitectura del conjunto:

“Cuando niña quise ser marinero

pero no había mar navegable entonces para mí

no había mar gobernable

Sólo un escarceo desmedido

con la inundación de mis por qué

sobre todos los que me rodeaban

Me aficioné a las caracolas

al brillo de las arenas

igual que a las palabras

las supe de oro molido

tuve que aprender a caminar su aridez litoral

su aridez literal

distinguir sus metales…

En ellas hay mar de fondo reflejándome

me decían

y me sumergía a veces en un elocuente silencio

calma chicha

o en un desbordamiento del decir

hablando hasta por los codos por los ojos

por las manos

hasta por los pies un estruendo que nadie comprendía

Fue cuando empecé a bailar

como una manera de ser mar sin provocar escándalo.”

Hay desarrollo, cambio de terreno, estreno de palabras y colonización de nuevos mundos. Es verdad que el primer libro de Norma es un libro inmaduro y en trance de búsqueda. Pero los demás son diversas propuestas de goce estético y de inquietud humana. Si algo sorprende en este universo –donde la astucia literaria se ha ido decantando hasta ser inteligencia de demiurgo en llamas– es la sabiduría. Norma, en poesía, se las sabe de todas todas. ¿Cómo ha sido posible esta obra? Norma opina que el escritor, el gran escritor, debe ser corruptible. Cantar sin hacer concesiones. Desdeñar el poder y la gloria cuando ello supone morderse la lengua y “atar con la palabra alambre”, como ella dice, la verdad del poeta. Por eso se ha mantenido al margen de capillitas, grupos de poder literario, para no hablar de la política cultural oficiosa. Por eso también se le ha escatimado el reconocimiento que tanto merece. Pero ha llegado el momento de declarar que en México, entre nosotros, y hoy en día, –independientemente de lo que digan o dejen de decir las mafias– hay una gran poeta y que su nombre es el de: Norma Bazúa.

Texto leído en homenaje a Norma Bazúa, en el Centro Cultural San Ángel, el 20 de junio de 1991.

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